Una confesión

Existen sombras que únicamente se ven en la oscuridad, como fantasmas que vienen para inquietar mi conciencia, sombras solitarias, sin nada que las acompañe. Siempre las encuentro en el mágico o trágico espacio de la noche cuando mi cuerpo pide descanso, cuando me dice que la jornada debe terminar. Entonces, apago la lámpara y, al mismo tiempo que acomodo mi cabeza en la almohada, intento dormir. En ese momento, al amparo de la falta de luz y sonidos, mi cerebro se niega a descansar, no me obedece. Yo no intento que ese rebelde me obedezca, sé que no tiene caso. Es un instante de sentimientos encontrados, no se trata de un clásico episodio de angustia nocturna, que en el pasado me acompañó como firme compañero, ni del malestar generado por cosas que no hice en el día, es algo diferente; es ahí cuando aparecen esas sombras, espectros que vienen corriendo a mi mente. Llegan y entran sin obstáculos, ofreciéndome variados y extraños bocetos sobre los cuales escribir. Los dejan ahí, en mi cabeza, pero esas ideas se extinguen. Después de un rato, el sueño llega como un gran plumero, limpiado todo rastro de lo qué podría ser. Alguno de ustedes pensará: ¿por qué no lo anota, lo graba, lo escribe en ese momento?, ¿por qué no hace algo más? Puedo esgrimir muchas razones, algunas bastante lógicas como, por ejemplo, no despertar a mi esposa que tranquilamente duerme junto a mí. En el fondo la causa de mi inactividad es más sencilla: miedo.

En un intento para redimir mi culpa, trato de convencerme de que tal vez son ideas demasiado absurdas, tonterías que no deben llegar al papel, pero no me puedo engañar, en mi interior está la sensación de que algunas de ellas son demasiado íntimas para ver la luz. Tal vez por eso aparecen en cuando los sentidos se ausentan, ese instante en que mi conciencia acepta cualquier pensamiento sin juzgarlo. Después, para no razonar en ellos, dejo que mi sueño me venza y así no tener que enfrentar los demonios que ahí están contenidos.

A veces, en la siguiente mañana, quedan algunos de esos pensamientos pastando en mi mente, gritando para poder escapar. Y sigue el miedo, ese temor de qué podría yo decir, de qué me podrían decir. Entrelíneas quedará mi vida, cada palabra contendrá una nostalgia, un vano deseo, una juerga olvidada. Podrá quedar ahí también la prueba de que mi escritura no es tan buena como pienso, que solamente es una pérdida de tiempo, como si el tiempo se pudiera perder. Mis textos quedarán para que me enjuicien, para que me condenen; rara vez pienso en el perdón o en el halago. Cada párrafo que escribo es una confesión al aire que alguien leerá sin darme la absolución.

Es mi miedo. Siempre aparece, ya sea en la noche o en el instante en que un desconocido puede leer lo que sale de mí. No existe retorno, las letras que se van nunca regresan. Decían varios escritores que escribir es una tarea de valientes, no lo creo, más bien es una tarea de irreverentes, de locos o de indolentes. No, no puede ser de indolentes porque en cada escrito va un movimiento del alma, cada frase es un sentimiento que alguna vez se atrapó y al escribir se fuga. Escribir es una tarea de locos. Realmente, debo estar medio demente para colocar esto aquí, para que ustedes me critiquen, me ataquen, me devoren. Solamente una persona que no se encuentre completamente sana podría permitir eso, podría aceptar que estas íntimas letras lleguen a sus ojos.

Un loco más, en un mar de locos. Porque también se requiere ser así para leer y compartir sentimientos ajenos, para adentrarse sin miedo en la intimidad de otra persona. Dos locos en un mar de locos, eso somos, usted y yo.

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La noche estrellada, Vincent Van Gogh

Publicado por

Emilio Mendoza

Soy poeta y escritor autodidacta, sin ningún curso formal o informal de literatura o letras. Autor del libro “Distraer al destino y otros relatos” y de libro de poemas “Rastros de tinta”. Soy colaborador recurrente del diario digital Avenida Digital 3.0, del diario Bajío Shimbun, de la revista cultural Replicante y de la revista Fanzine Oaxaca.

7 comentarios en «Una confesión»

  1. Emilio, al llegar al papel, todo cambia, las ideas se limitan irremediablemente, aun asi, vale la pena escribir!!!!!!!!

  2. Parece un acto de contrición. No por un pecado cometido sino por la actitud o el estado anímico de la inteligencia y la libre voluntad. Felicitaciones!

  3. Mi estimado Emilio, escribir es un arte y éste al igual que la técnica, tienen un origen en común: la imaginación. ¡Mis felicitaciones!

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